Hay un desconocimiento general de lo que es hoy en día la educación para adultos. Muchos piensan que está fosilizada, que vive al margen del mundo educativo y que sirve para “entretener” a un alumnado ya curtido en años. Pues TODOS se equivocan muy fuerte, como diría Miguel Noguera.
La educación para adultos ha cambiado notablemente y los implicados en
ella trabajan duro para darle la vuelta a esta idea generalizada. Pero
pese a los esfuerzos, aún deben luchar contra el olvido de la
administración educativa, el desdén de los profesores de otros ámbitos y
la desinformación de los alumnos.
Para verter un poco de luz sobre esta cuestión, voy a comentar de qué manera la educación para adultos ha cambiado y qué retos –presentes y futuros– tiene por delante. Para ello, es imprescindible mantener el foco de atención en dos aspectos: en la evolución propia de la escuela de adultos y en el papel del profesional en este ámbito.
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LA ESCUELA DE ADULTOS, ANTES Y AHORA
Las
escuelas de adultos surgieron a mediados del siglo XIX. El objetivo
era, en general, alfabetizar y formar en saberes básicos a los adultos
(en esa época el término se refería a adolescentes entre 13 y 15 años) a
través de clases nocturnas o dominicales. Además, no era para nada una
educación obligatoria, salvo en poblaciones de más de 10.000 habitantes.
El problema de esta formación es que no difería en nada a la
escolarización elemental. De hecho, las aulas, los profesores y las
metodologías eran exactamente las mismas que educaban a los pequeñines.
No será
hasta inicios del siglo XX que los centros de adultos comenzarán a
parecerse a los actuales. Se creó una primera reglamentación exclusiva
para estos estudios, con objetivos determinados y unas asignaturas
concretas. De todos modos, todavía tenía demasiados parecidos con la
enseñanza primaria y, como ésta, se centraba exclusivamente en la
memorización, en la alfabetización pura y dura.*
Por
desgracia, en pleno siglo XXI, la visión en algunos aspectos no es muy
diferente. La comunidad educativa se la mira aún con displicencia, en
plan “perdonavidas” sin saber que el ecosistema de la escuela de adultos
ha cambiado. Lo cierto es que es un espacio más complejo: la
infraestructura, la organización actual, los objetivos y la oferta
formativa se han multiplicado. Así, no sólo alfabetiza, sino
que también consigue que muchos alumnos obtengan la ESO, se formen para
los exámenes de Grado Medio, de Grado Superior, de diferentes idiomas,
consigan un certificado oficial de informática; o, simplemente, aprendan
dibujo y pintura, practiquen yoga, creen su propio scrapbooking o conversen sobre la última novela que han leído. Es por esto que el mayor cambio está en la heterogeneidad de su oferta.
Por
supuesto que en la escuela de adultos cabe cualquier aprendizaje. Es
más, debe dar respuesta a todas las necesidades posibles. Y hay tantas
necesidades como motivaciones para iniciar una formación en la escuela
de adultos. Puede ser que surjan para buscar una mejora de la situación
laboral, para “refrescar” la mente, para aprender lo que no se pudo en
su momento, para pasar el rato, etc. Sea cual sea, la escuela de
adultos es el lugar de referencia dónde el aprendizaje debe
reencontrarse con la curiosidad, con la emoción, con las personas de tú a
tú.
Por
tanto, nadie puede quedar excluido, dado que, a diferencia de otros
estudios, el alumno se inscribe porque quiere aprender, lo desea. Esta
ventaja convierte a la escuela de adultos en un espacio abierto,
inclusivo y ecléctico. En este sentido, como reto de futuro, debe seguir
en esta línea y saber gestionar un espacio tan heterogéneo, dando
respuesta a las necesidades de los alumnos.
Pero no
podemos detenernos ahí. Porque la educación de adultos no puede pecar de
ofrecer un trato clientelar a los alumnos: “entras, haces el curso y te
vas”. La formación que se realiza, sea por la motivación que sea, debe
complementarse con estrategias para la construcción de un entorno vivo
en el que no sólo aprende, sino que se aporta conocimiento en beneficio
de toda la sociedad. Se necesita, pues, añadir humanidad a la
formación de adultos. Esto significa enseñar en la conciencia social, en
la pertenencia a una comunidad, en la capacidad integradora y
generadora de cultura para todos. Son herramientas que ayudarán
a adquirir una formación para toda la vida que satisfaga todas las
necesidades. Pero al mismo tiempo, será una formación valiente y
comprometida con las personas, con el territorio y con uno mismo.
2
LOS PROFESORES DE ADULTOS, ANTES Y AHORA
Por
otra parte, no cabe duda de que el rol docente en la educación para
adultos no es el mismo. Hace poco más de un siglo, la educación de los
adultos era, simplemente, una extensión de los estudios básicos, pensada
sobre todo para enseñar a leer, escribir, calcular y, claro, a rezar.
Si a eso se le suma la precariedad de los recursos, unos profesores poco
preparados para tratar con un alumnado que apenas asistía a clases
después de una dura jornada laboral, se obtiene una enseñanza para
adultos muy pobre.
Actualmente,
si bien es cierto que aún hay docentes que están en la escuela de
adultos como en una especie de limbo a la espera de un trabajo mejor, o
que han construido su “cementerio para elefantes” particular; la
mayoría de los profesores que trabaja en las escuelas de adultos son
PROFESIONALES. Unos profesionales comprometidos con la enseñanza de
adultos, conocedores de la idiosincrasia de este tipo de formación que
saben aplicar metodologías que fomentan el aprendizaje colaborativo,
participativo y democrático. Saben qué es eso de la innovación
educativa, saben gestionarla para ofrecer a los alumnos nuevas
experiencias de aprendizaje basadas en la práctica, saben conectar con
ellos –con los alumnos y con las personas–, con sus necesidades, sus
ritmos de aprendizaje, su realidad.
Porque hay que entender de una vez por todas que son otro tipo de alumnado con características propias.
Cada uno de ellos tiene ya una maleta llena de saberes y, aún más
importante, de experiencias de éxitos y de fracasos sonados. Debemos ser
conscientes de la realidad de cada alumno para ayudarle a reordenar esa
maleta, que siga metiendo más conocimientos que construyan su
aprendizaje futuro. Como objetivo de futuro, pues, los docentes
tenemos que potenciar el aprendizaje autónomo, desarrollando de este
modo la personalidad, el espíritu crítico y la conciencia social de cada
uno. Necesitamos para ello metodologías que rompan con las
maneras tradicionales, que creen experiencias educativas colaborativas
con impacto tanto dentro como fuera del aula. Además, estas metodologías
deben ayudar a (re)conocer las estrategias de aprendizaje de cada
alumno y a generar nuevas expectativas de futuro.
Asimismo, también es
importante que se establezcan puentes con la comunidad educativa del
entorno, con agentes sociales, cívicos y culturales para aprovechar al
máximo la educación de kilómetro 0, la que se origina en las aulas, la
que se expande por el barrio y la que, en definitiva, se comparte con
todo el municipio o ciudad. Todo ello servirá para lograr un objetivo doble: proporcionar educación de calidad y cultura de proximidad para todos.
Pero es aún más importante echarnos una mano entre todos. Hay que fortalecer los lazos entre escuelas de adultos y profesionales para compartir experiencias, metodologías y proyectos.
Por esto, debo reivindicar más presencia de la educación de adultos en
jornadas y congresos educativos, así como más espacios de reflexión
propios dónde se puedan confeccionar futuras líneas de investigación.
En fin,
ése es mi deseo: que la idea de educación para adultos no se menosprecie
ni que se ignore, sino que siga evolucionando. Porque no es sólo un
lugar de alfabetización, ni tampoco un “recurso” que saca las castañas
del fuego a las administraciones educativas para rebajar el alto fracaso
escolar. La educación para adultos cuenta con profesores capaces de
generar innovación educativa para el bien de los alumnos. La
educación de adultos tiene cuerpo y, sobre todo, alma, la cuál va unida a
la comunidad, al barrio, al entorno de sus alumnos y a su desarrollo
personal.
En
conclusión, la escuela de adultos demuestra que se ha ganado un respeto
en el sistema educativo, construido con profesionalidad, cercanía y
compromiso social con los alumnos. Y con la Educación.
BIBLIOGRAFÍA
*Guereña, J.L. (2009): Las Escuelas de adultos revisitadas (segunda mitad del siglo XIX – principios del XX). Moreno Martínez, P.L. y Navarro García, C. (Coords.) Perspectivas.
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