diumenge, 24 de gener del 2016

[100] No dejamos nada...

El pasado mes de septiembre, el compañero Ramón Paraíso en esta misma revista publicaba un artículo llamado Reencuentros en la tercera fase. Paraíso reflexionaba sobre la visión que tendrán sus alumnos de él en el futuro como profesor. La lectura de este artículo me ha llevado a una opinión muy clara sobre la huella que dejamos nosotros los docentes en la educación del alumno. Y voy a ser sincero: no dejamos nada

Lo tengo bien asumido. No dejamos nada de nada, nuestra labor sale con la misma facilidad con la que entra. Por más tablets que tengamos en clase, por más flipped que nos pongamos, por más ABP’s que les metamos en el aula, nuestros pupilos no nos recordarán. Admitámoslo: los docentes tenemos el ego subidito, creemos que somos el profesor Keating y que nuestras clases cambiarán el porvenir de esos alegres muchachos para que lleguen a ser personas creativas, libres, capaces de decidir su propio destino. Seremos líderes de su propia revolución, faros de su existencia, un rayo de luz que los guiará hasta conseguir todo lo que se propongan. #No

Personalmente, no me preocupa nada el recuerdo que tengan los alumnos de mí. De hecho, desde mi posición como profesor de adultos, ni tan siquiera debería ser recordado. Creo que el profesor tiene que ofrecer escenarios que enciendan la curiosidad del alumno y le empuje a ser mejor persona. Pero debe ser invisible, desdibujar su figura para no interferir en el reencuentro entre el proceso de aprendizaje y el alumno. Sí, yo también puedo pecar de idealismo/romanticismo docente. Pero es el mejor punto de partida para tratar a los alumnos desde su propia idiosincrasia, dado que hay que tener en cuenta que no tratamos con pedazos de barro que hay que moldear. Son personas que ya vienen moldeadas de casa.

Todas ellas están formadas por vivencias, virtudes, defectos, fracasos, sueños, expectativas de futuro, deseos, desengaños, alegrías, lecturas, intereses, aficiones, etc. Desde esta pluralidad se hace harto complicado llegar a influir con nuestras clases, nuestras metodologías o nuestras TIC. El recuerdo en la memoria de los alumnos dependerá únicamente de ellos. Aunque no todo está perdido. Si queremos llegar a la conciencia de nuestros pupilos hay una estrategia que el profesor debe saber gestionar: el sello personal docente.
Nada de lo que hagamos en clase tendrá vida más allá de lo anecdótico si nos limitamos a impartir contenidos sin más, sin pasarlos por el filtro de nuestra personalidad. Lo más eficaz es enseñar desde la sinceridad, desde la empatía, desde la experiencia, desde la proximidad, desde la asunción de las virtudes y de los errores del profesor que se vuelca de lleno en el alumno, sin añadir etiquetas ni ideas preconcebidas sobre él. Pero sin esperar nada a cambio. Nunca.

Pasar a la posteridad de los alumnos, convertirnos en “memorables”, como diría Fernando Trujillo, no depende tanto de la metodología, sino especialmente de nuestros actos en el aula, de nuestra gestión emocional del alumnado, de tener un código docente inclusivo. No hablamos, por tanto, de ser más original, más innovador o más “colega”. Hablamos de ser más coherentes con nuestra docencia, de ser conscientes de nuestra labor, de saber dotar de humanidad y respeto las clases. Y esto, por desgracia, no es algo que se aprenda en Magisterio o en ningún máster. Hay quién lo llamaría vocación. Yo prefiero llamarlo honestidad. Y no sólo con el alumno, sino con su futuro. Y con nuestra profesión.

Aunque nuestro sello personal docente tiene también que visualizarse en la gestión de los contenidos de la asignatura. En este aspecto, guardo buenos recuerdos de algunos profesores. Pero ninguno hizo nada destacable para “molar”. Y dudo que tuvieran la intención de ser recordados. Lo único que hicieron fue conectarme con los contenidos de manera natural. A este tipo de profesores les encantaba la asignatura que impartían, la explicaban de tal modo que te envolvían y producían interés, te obligaban a entrar en ella, sumergirte para saber más. Y no se ayudaban de espectaculares metodologías didácticas, ¡muchos lo hacían con metodologías tradicionales! ¿Era posible eso? ¿Y cómo lo conseguían? Porque daban sentido al contenido, revisándolo desde perspectivas modernas, actuales, situándolo en un contexto real, cercano. Y lo mejor de todo: despertaban el sentido crítico, una mirada nueva que, en mi caso, me ha permitido poner en cuestión el mundo, generar opiniones diferentes y debates llenos de muchos matices.
Es posible que así —y solo así— dejemos algo de nosotros. Y si no, no pasa nada. No hay que pensar que hemos fracasado. Será entonces cuando deberemos exigirnos más, reflexionar sobre nuestras acciones en clase y encontrar el modo de llegar al recuerdo de los alumnos. Seguramente descubriremos que el impacto emocional en el alumno no se rige por el uso de las innovaciones metodológicas y los recursos TIC más de moda. Sólo con nuestra actitud como docentes, con la manipulación didáctica (en el buen sentido) de nuestros conocimientos, con saber compartirlos desde la perspectiva de los alumnos, con saber aportarles significado en sus vidas para crear colaborativamente una experiencia de aprendizaje podremos proporcionar una educación que perdure en el recuerdo.

Por tanto, no es plantearse que “esto y aquello les va a gustar, les va a encantar, estarán entretenidos…” Nada de eso. Hay que compartir esa experiencia, ese reto capaz de hacer reflexionar al alumno, generarle curiosidades y dudas, construir puentes entre su realidad y los contenidos de la asignatura para conectar (de un modo inconsciente) con el aprendizaje que eclosionará (de un modo consciente) tarde o temprano de su interior. Porque de eso se trata: para que fluya la verdadera educación debemos conocer y enseñar al alumno presente para conectarlo con el alumno futuro. Y cuando estos elementos hagan el “click”, los alumnos nos recordarán en un momento u otro de sus vidas.

En definitiva, no nos debería obsesionar qué pensarán nuestros antiguos alumnos sobre nosotros, sino qué huellas nos han dejado ellos para mejorar la labor en clase con los alumnos que están por venir. Porque lo que para los docentes debe ser más importante es que tengamos presente el recuerdo de nuestros alumnos en los cursos posteriores, ya que influye de verdad en el aula y dejan poso en la educación. Son tan generosos que nos dejan su conocimiento presente para que lo invirtamos en mejoras de futuro. Por ello nosotros, los profesores y profesoras deberíamos recordarlos. A todos. Y hagámoslo con cariño, porque lo son TODO.


Article publicat originalment a INED21.